El hombre-ciervo y la mujer-araña

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Para un mortal nunca es bueno cruzarse en el camino de un dios. Acteón fue convertido en ciervo por haber ofendido a Ártemis; Aracne lo fue en araña por haber osado superar a Atenea en el arte de tejer.

Descripción

Los mitos griegos, sus relatos y representaciones están plagados de historias terribles y fascinantes en las que tiene lugar la metamorfosis: la transfiguración de un dios que se desliza bajo la envoltura de un mortal o se exhibe con los rasgos propios de un animal, o la transformación brutal del hombre o la mujer, condenados a un estado animal o vegetal o convertidos sin más en piedra… Recorrer estos relatos y estas imágenes es antes que nada sumergirse en el imaginario griego, dejarse arrastrar por el placer de la escucha y la mirada, rescatar la capacidad de evocación de las ensoñaciones de los antiguos. Pero esta exploración nos permite descubrir también algunas cuestiones problemáticas. Los juegos cruzados de la metamorfosis y el hibridismo sirven para designar la condición del ser humano y su lugar en el mundo. La mutación de los cuerpos o su petrificación son la ocasión para una reflexión sobre la ambigüedad de la mirada, sobre los vínculos entre la muerte, la invisibilidad y la opacidad de la piedra. El papel de las mujeres, tan a menudo víctimas y protagonistas de la metamorfosis, incita a poner de relieve el de las tejedoras de relatos, a la vez consumidoras y reproductoras de mitos.

Información adicional

Encuadernación

Rústica

ISBN

9788496258600

Editorial

Abada

Páginas

294

Autor

Focílides el Milesio (Φωκυλίδης ὁ Μιλήσιος, n. ca. 560 a. C.) fue un poeta gnomónico griego de Mileto, contemporáneo de Teognis de Megara.

Focílides vivió en la segunda mitad del siglo VI en la ciudad de Mileto. Escribió máximas, literatura sentenciosa o gnómica en grupos de dos o tres hexámetros y alguna vez en dístico elegiaco. Su poesía se aproxima pues al epigrama, pero también a la elegía; imita claramente a Semónides en sus prejuicios misóginos, pero sigue también a Hesíodo. Estima que la palabra y el consejo son superiores a la nobleza y aspira a la riqueza del campo y a una ciudad ordenada aunque sea pequeña. Pertenece, pues, a la burguesía que sugía en las ciudades de Jonia en esta época y que carecía de ambiciones políticas. De su obra no queda mucho, pues no alcanzó a tener una edición alejandrina, pero fue conocido por Isócrates y en época imperial (Dión Crisóstomo). Se dio su nombre a un poema didáctico que hoy conocemos por Pseudo-Focílides, que es en realidad del siglo I d. C. y posee influencias judías; este poema fue traducido al español por el escritor barroco Francisco de Quevedo. Bebes Muchas de tales piezas contienen máximas de conducta y doctrina moral, y se inician con la frase: «Y esto, de Focílides», como si con eso quisiera dejar para siempre establecido que él fue su autor. Por su estilo elegante y sobrio, es seguro que sus máximas fueron fácilmente aprendidas de memoria, lo cual debe de haberle ganado popularidad en las escuelas. Falsamente se le ha atribuido un conjunto de normas escritas en 230 hexámetros, obra, según todas las posibilidades, de algún alejandrino hebreo.