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A su muerte, el 19 de agosto de 1662, Blaise Pascal deja un legado que desconcierta a sus herederos. De la Apología del Cristianismo que esperaban hallar, no aparece rastro. En su lugar, hay un caos de papeles. Pliegos de gran formato algunos, recortes de diversos tamaños la mayor parte; cosidos en transitorios legajos o bien en total desorden. Una primera lectura deja claro que no se trata de un borrador siquiera. Más bien, del cúmulo de notas acumuladas por el matemático y hombre de fe en sus últimos años. Pese a la decepción inicial, su edición fue preparada por el círculo jansenista y vio luz, en 1670, con el título de Pensamientos, que consagra esos papeles, pero también los disfraza, al darles resonancia de obra.