Un mundo propio.

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¿Cómo se cuenta un sueño? ¿Cómo articular con palabras las imágenes que nos recorren mientras dormimos? Escritores de la talla de Stevenson, Hawthorne, Kafka, Cheever, Perec o Burroughs también trataron de describir esa cara oculta de la vigilia que sólo se revela cuando soñamos.

Graham Greene, que en la mesilla de noche tenía siempre a mano lápiz y papel para anotar sus sueños, le pidió a su compañera Yvonne Cloetta que preparara para imprenta el diario de lo que él llamaba su «mundo propio». Un diario de más de 800 páginas, iniciado en 1965 y concluido en 1990, del que en los últimos meses de su vida hizo una sucinta y rigurosa selección.

Descripción

Estamos ante un libro de ecos y de reflejos, ecos de ecos, si se prefiere, en que el autor británico nos muestra, con ironía y humor, sin grandilocuencias, y con una admirable precisión, el catálogo de inquietudes en torno a las cuales vivió y construyó su literatura: el espionaje, la política, la guerra, el conflicto religioso, la enfermedad, la ciencia, el amor, la felicidad… Una especie de autobiografía que nos permite entrever la extenuante vida interior de uno de los escritores más importantes y controvertidos del siglo XX, que concebía la escritura como una forma de conocimiento, y que además sabía celebrar como pocos escritores ese otro modo de vida que es el dormir.

«El lenguaje del sueño no está en las palabras, sino bajo ellas.» Walter Benjamin

«Greene huele a Shakespeare, a tragedia estúpida, a ruido y furia. Un ruido sin pretensiones y una furia sin estridencias.» Constantino Bértolo

Información adicional

ISBN

9788495291318

Editorial

La uña rota

Páginas

160

Encuadernación

Rústica

Autor.

Graham Greene nació el 2 de octubre de 1904 y murió el 3 de abril de 1991.

Xavier Moret dice: A los 19 años tuvo un primer contacto con el mundo del espionaje. Sentía una especial admiración por Kim Philby, el espía que se pasó a Moscú, y pensando en él escribió El factor humano. Cuando en 1926 escribió su primera novela, Historia de una cobardía, decidió tirarlo todo por la borda. Y todo era nada menos que una plaza de redactor en el prestigioso The Times.

Norman Sherry: Era un hombre muy guapo. Grande y quieto como un árbol, abierto y amigable.

Jorge Edwards: Un inglés central, aburrido de serlo, y deslumbrado por África, el sur de Europa, México y Cuba, por el mundo comunista.

Gabriel García Márquez: Siendo muy joven jugó a la ruleta rusa. Pero no dejó de jugar a la mortal ruleta rusa de la literatura con los pies sobre la tierra.

Pedro Sorela: Se hacía arrancar una muela sana para sacudirse el tedio.

Norman Sherry: No le gustaba dar entrevistas, no aparecía en presentaciones públicas.

Anthony Burgess: Vivir podía significar ser combativo. Su J’accuse mostró el espíritu luchador de un hombre que no estaba dispuesto a tolerar la injusticia. Pagó muy alto el precio de lo que se consideró un panfleto.

Antonio Muñoz Molina: Hasta el final siguió trabajando como un anciano laborioso que no se resigna a la infamia de la jubilación: escribía quinientas palabras diarias.

Constantino Bértolo: Sólo en Henry James o en Faulkner se anuncia un territorio moral tan complejo. Sólo en Melville el análisis de la tragicomedia humana tiene esos perfiles tan afilados y humildes. Sólo en Musil existe una lucidez semejante.

Pedro Sorela: No es fácil que el futuro acepte escritores como Greene, la industria cultural acepta cada vez menos las obras que se defienden sólo con sus propios valores.

Xavier Moret: A su muerte queda como testamento literario una vasta obra que comprende 25 novelas, 6 libros de cuentos, 6 ensayos, 7 obras dramáticas…

Norman Sherry: Estábamos en un bar y fue reconocido por unos clientes. «¿Usted es Graham Greene?», le preguntaron. Él se puso nervioso. «No, no, Graham es él», me señaló a mí. ¡Nunca me han invitado a más cervezas en toda mi vida!

El autor de obras decisivas del siglo xx como El poder y la gloria, Brighton parque de atracciones, El revés de la trama, El tercer hombre, El factor humano o El americano impasible fue enterrado en Corseaux (Suiza), sobre una colina desde la que se ve el lago Leman, no muy lejos de la tumba de Charles Chaplin.

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